miércoles, 10 de agosto de 2011

Luxi

Empecé terapia hace 4 meses.
Hasta ahora los momentos en que sentí la necesidad de ver a un psicólogo siempre me encontré en medio de alguna crisis, que solía estar acompañada por falta de dinero (o ser causada por la misma) y la falta de recursos me detenía. Cuando esa crisis económica se solucionaba, no iba porque ya no sentía necesitarlo y no tenía tiempo por estar en medio de una película o proyecto freelo consumidor de tiempo similar.
Y así seguía el ciclo.
Cuando comencé a trabajar donde estoy ahora, con una rutina más clara, con horarios y fines de semana, decidí empezar bajo la bandera de “Ahora estoy bien. Haré terapia para que siga siendo así”.
Y por ahora funciona.
Mi terapeuta es un señor panzón de 60 años, amoroso y abierto con el que comparto las cosas, en general bastante buenas, que me están pasando y me ayuda a atravesar las decisiones que tomo con seguridad y a comprender el lugar que estoy ocupando en mis ámbitos y en mi linea de tiempo.
Debo admitir sentir un poco de fiaca en entrar en los temas más densos, menos alegres y con soluciones (de tenerlas o necesitarlas) mucho más lejanas en tiempo y en trabajo.
A veces mientras voy de camino en el 39  pienso que es al divino botón, que no tengo nada de que hablar. Pero cuando llego al diván (que cliché, I know) las palabras me sorprenden, me encuentro habiendo reflexionado sobre temas inesperados, incluso creyendo no haber reparado en ellos, y abandono el consultorio con la cabeza llena de ideas y resoluciones, envalentonada o llorando, pero ya sin angustia.
A los concejos de mi madre y mi madrina no hay con qué darles, pero ahora también lo tengo a Luxi y sus charlas semanales.

No hay comentarios:

Publicar un comentario